Hermione, Ron y Harry se adentraban por las calles que se dirigían hacia el Ministerio de Magia, teniendo mucha cautela de no ser descubiertos. Las respiraciones de los tres chicos de acortaban de a poco cada vez que veían algo sospechoso. Harry cuidaba por delante, Hermione la parte intermedia y Ron, la parte de atrás.
Fue entonces cuanto dieron un solo paso dentro del Ministerio y varias antorchas comenzaban a encenderse, una detrás de otra.
-Harry…- susurraba Ron, atemorizado.
-Ahora no, Ron.- le dijo secamente. Éstos siguieron caminando por el pasillo, sigilosamente, pero fue entonces cuando sombras negras se apoderaban de la sala. En cuánto quisieron salir de aquel lugar, se encontraron con la gran sorpresa de que todas éstas estuviesen cerradas. Harry miró desolado hasta aquel cuerpo que le pegó justo en la frente, haciendo caer inconsciente al suelo. Ya era demasiado tarde.
Hermione también había sido golpeada, pero no con tanta brusquedad que a Harry o a Ron. Ella se dio cuenta que estaban en el mismo calabozo donde estuvo ella antes de saber la verdad de Severus. Estaba atada junto a Ron y a Harry, y ni uno de éstos dos daban señales de estar conscientes de lo que ocurría.
Dependía de ella sacarlos con vida de ahí, después de todo, sus dos mejores amigos habían arriesgado la vida por ir a ver a su amado.
Miró al techo y solo encontraba telarañas, en momentos así, agradecía que Ron estuviese inconsciente, sino hubiese hecho una feroz escena de temor, y eso retardaría la salida de aquel lugar. Pero en cuanto pensaba en algún hechizo que pudiese salvarlos, voces se escuchaban desde arriba. ¿Qué haría Hermione Granger?
Nada más que fingir como si estuviese inconsciente.
Ella inclinó la cabeza y cerró los ojos, y abrió lo bastantemente grande sus oídos como para poder escuchar todo lo que se conversaba entre aquellos hombres que estaban arriba. Ella se sorprendió bastante al escuchar la voz de Lucius y Draco Malfoy, después de la historia que le había contado su amado, ya tiempo atrás.
-Ya sabes el plan, hijo. No quiero ni un error, ¿entendido?- hablaba Lucius, seriamente. Se notaba que él hablaba muy enserio y sin embargo algo en su voz hacía notar que estaba atemorizado. Lucius era un completo inútil y un miedoso bueno para nada, pero Hermione podía presentir cuando alguien estaba mal a kilómetros de distancia.
-Sé lo que debo hacer, no soy tonto.- respondió Draco, mirándolo con odio. Luego, él caminó y vio de más cerca a los tres chicos que estaban prisioneros en esos calabozos. -¿Y que pasarán con ese trío?- preguntó él en un grado de curiosidad, pero sin poder ocultar totalmente su desdicha.
-No lo sé, por mí que se vayan al infierno.- dijo él sin ni un grado de compasión. Entonces él salió de ese lugar, dejando solo a Draco y a sus pensamientos, sin contar a los tres que supuestamente estaban inconscientes.
Draco usó un conjuro y bajó lentamente hasta donde estaban los tres encarcelados. Miró con compasión a su amor imposible y no pudo evitar ahogar un suspiro de compasión. ¿Ahora qué haría? Haría lo que fuera por protegerla, pero… estaba entre la espada y la pared, ¿qué podía hacer? Absolutamente nada, ya todo estaba acabado.
Draco se agachó hasta donde estaba Hermione y la contempló por un momento. Acarició suavemente su mentón y sonrió frágilmente. –Lo que daría yo para que tú me amases.- replicó él, palabras que sonaban como bombardeos para los oídos de Hermione. Era dolorosa esa escena, a la vez muy conmovedora.
Cuando Draco yacía apunto de irse de aquel horrendo lugar, la dulce voz de la joven se escuchó como un rugido en el corazón de Draco, éste inmediatamente volteó a verla, y se dio cuenta de cómo aún tenía los ojos cerrados, pero sin duda estaba consciente de lo que pasaba. –Si quieres ganarte un lugar importante en mi corazón, debes demostrarlo, ¿no crees?
Draco supo inmediatamente a lo que Hermione se refería. Quería que él los ayudara para salir de allí, sin embargo, había otra condición que él no estaba dispuesto a hacerlo. –No te ayudaré para que te veas con Snape.- replicó él, duramente.
-Solo quiero que me digas cómo está él. Por favor Draco.- fue en ese momento que un brillo especial se desprendía de los ojos de Hermione. Estaba al borde del llanto. Draco se preguntaba constantemente por qué siempre debía caer antes esos ojos marrones que al parecer era su fuente de poder. Él no podía negarse, jamás podría negarse.
-Él no está aquí, pero sé que está bien.- respondió Draco, secamente. Esto bastaba para que a Hermione el mundo le volviese a sonreír, pero hubiese deseado haberlo oído de la propia boca del hombre que amaba.
Entonces lo que tanto se temía, se cumplía. Voces se escuchaban desde lejos, alertando a ambos adolescentes. Draco salió casi de inmediato de aquel lugar, simplemente elevándose. Mientras que Hermione volvía a actuar como si estuviese inconsciente.
-¿Han despertado?- preguntó Bellatrix.
-Pues obvio que sí, Lestrange.- contestó Voldemort, sorprendiendo a ambos adolescentes. –Lucius al fin hizo algo adolescente en haber dejado al par solos.- miró sin corazón a Draco, sonriéndole odiosamente, mientras que Draco temía cualquier paso que éste tomase. –Créeme que no hay dolor más grande que amar sin ser amado.
Los ojos de Draco se turnaron blancos, llenos de confusión. ¿Cómo era posible que ese desgraciado supiese lo que sucedía? Digo, él sabía que era uno de los seres más poderosos, pero aún así, algo no calzaba.
-Y solo porque creo que casi me simpatizas, te daré el gran gusto que tú mismo acabes con ella.- decía él, con una completa serenidad. Depositó su propia varita en las manos de Draco, dejando estupefactos a todos los presentes. Draco miró pasmado a aquella figura y rápidamente vio a Hermione que le miraba temerosa. ¿Acaso esto era real?
Draco apuntó la varita contra Hermione, mientras que ella arrugaba los ojos muy asustada. Luego volteó a ver a los mortifagos quienes estaban impacientes por presentar aquella escena. Draco tragó saliva y rogó por su vida y la de su amada. “Que Dios me perdone” decía él, dentro de su mente. –B… ¡Bombarda Maxima!- gritó él, dirigiendo finalmente la varita hacia el techo, provocando una gran destrucción del lugar, gran cantidad de polvo en suspensión se apoderaba de la escena.
Harry y Ron habían sido más rápidos y tomaron sus varitas que estaban debajo de ellos. Era como si nunca hubiesen estado inconscientes, pero no era momento para pensar en ello. Hermione fue hasta Draco y gritaba mientras que a los demás se les hacía difícil respirar
-¡Draco ven con nosotros!- le pidió Hermione, mientras tomaba su mano. Draco por su parte aún no le daba crédito a lo que acababa de pasar. ¿Había desobedecido a sus padres y lo que es peor, ¡a Voldemort!? ¿Y acaso ahora tomaba la mano de Hermione Granger? Claramente era un sueño, pero… no, no lo era.
Segundos después de tomar un objeto, la atmosfera tomaba forma de una tormenta. Todo se movía con bastante rapidez y en cuanto Harry dio la señal, todos se soltaron de éste, cayendo como saco de patatas a tierra. Cuando Draco se dio cuenta que estaba junto a los tres amigos, tomó rápidamente la varita y la apunto frente a todos ellos.
-Suelta la varita Draco.- le ordenó Hermione. –Ya demostraste que estabas de nuestro lado.
-Eso no era por ustedes, era por…- Draco intentaba hallar las palabras para completar lo que quería decir, pero… era cierto. Siempre estuvo de su lado, pero… era algo muy peligroso.
-Creo que podemos dejar atrás las diferencias y trabajar juntos para hallar la forma de matar a Voldemort.- dijo Ron, seriamente, sorprendiendo a los demás. Éste les miró confundido. -¿Qué? ¿Acaso tengo monos en la cara?- preguntó él con el típico grado de sarcasmo que hablaba normalmente
-Es bastante raro que Ronald Weasley dentro de sus cabales esté proponiendo tregua con una persona que odió prácticamente toda su vida.- decía Hermione, anonadada.
-No es momento para peleas de niños, es momento de unirnos para destruir una fuerza mayor.- concluyó Harry. –Nos juntamos a las 4 pm en el bosque prohibido. No sean impuntuales.- ordenó y se fue junto a Ron de la casa del Grito.
Draco miró profundamente los ojos de Hermione, con cierta gratitud, y ésta con algo de halago. Sin decirse ni una palabra, solo intercambiaron miradas cómplices y ambos partieron hacia distintas direcciones. Draco sabía perfectamente que no lograría recuperar la confianza de Hermione de un día para otro, pero al menos la tendría cerca y con algo de esfuerzo, podría llegar a ser su gran aliado. Sin embargo, lo máximo que podría llegar a ser, era solo amigos, ya que sabía que el amor de aquella jovencita le pertenecía a nada más ni nada menos que a Severus Snape. Draco decidió dejar de pensar en ello y dirigirse a su casa, al menos ahí tendría algo más de paz.
Ya habían pasado sus largos días, semanas incluso, pero los chicos seguían ideando planes para poder destruir a Voldemort, que en el fondo todos sabían que era muy poco probable que llegase a funcionar. A Hermione le entristecía el hecho de pensar que su querido profesor podría estar pasando hambre, frío y necesidades. Se le rompía el corazón. Pero si pudo estar frente a Voldemort tanto tiempo, fácilmente podría vivir ante esas cosas. O eso creía Hermione.
Ni una sola carta, ni una sola llamada, ni una sola señal de él. ¿Cómo podía seguir aferrándose a la idea que todo estaría bien si sus vidas dependían se algo tan frágil? No había un solo día en que Hermione no se sintiese culpable a causa de la ida de Severus, si ella nunca le hubiese propuesto esa maldita idea, él jamás se hubiese ido. Sin embargo, el plan inicial no era que él se marchase solo, Hermione estaba decidida a acompañarlo eternamente. Se había hecho esa promesa varios años atrás, acompañarlo a donde sea que vaya. Pero no, el cabeza dura ese se fue solo y lo decidió todo él por si solo. Era tan testarudo.
Se iban a cumplir dos meses desde que se fue, el tiempo cada vez más era eterno. Y Hermione Granger siempre paseaba por su despacho, porque tenía la ligera esperanza que él se presentaría ahí y le diría alguna estupidez. Pero la esperanza cada vez más se desvanecía, más y más…
Era día martes, y faltaba poco para que volviesen a retomar las clases. Era de madrugada, pero como era de esperarse, Granger tenía insomnio y rondaba por los pasillos de aquel viejo castillo, esperando a encontrarse con algo interesante. Ella simplemente estaba vestida de un pijama de algodón, de una polera sin mangas y de unos pantalones que le llegaban hasta un poco más debajo de las rodillas, decorado con un estampado de corazones. Ella caminaba tranquilamente, hasta que se encontró con alguien que dejaba algo sobre el suelo, un pasillo que estaba delante del comedor de Hogwarts. Hermione se quedó viéndolo impactada, y en cuanto intentó ahogar un suspiro, aquel sujeto vestido por un largo traje, desvaneció completamente del lugar. Hermione quiso gritar, pero primero decidió ir a echarle un vistazo a las cosas que éste sujeto había dejado en el suelo. Era una bolsa blanca y bastante vieja.
Hermione la abrió, y lo primero que fue, fueron unos bombones. Lo otro que vio, fue una carta. Ésta no dudó en abrirla, pero en cuanto lo hizo, se dio cuenta que era la mitad de un papel razgado, que quizá solo diría un mensaje simple. Hermione Granger nunca pensó que “aquel mensaje simple” podría llegar a hacerla tan feliz en un instante.
“Estoy bien. Te amo”
S.S
Era obvio que aquel mensaje era de Severus Snape, sin embargo, le sorprendió que le dijera te amo. Solo se lo decía cuando la situación lo indicaba. Decidió no inventar problemas y solo disfrutar del momento. Él estaba bien, y se pudo contactar con ella, justo cuando ya comenzaba a perderse la fe.
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