Severus Snape yacía pensativo en uno de los cuartos de su casa, “el más importante” según él. Estaba apresurado y con una sonrisa firme sobre su rostro. Las ansias y deseos se habían hecho realidad, pero él los pensaba más como una utopía, muy perfecto para ser verdad.
La ropa estaba toda desparramada por los suelos del castillo, y a pesar de los años que habían pasado, seguía sintiendo la misma adrenalina que antes, a pesar de que solo tuviese 35 cuando el amor entre ella y Granger había florecido. La lucha fue difícil, pero había valido la pena para que su amor se consumase. Al final… después de todo, la ganancia y el sacrificio valieron completamente la pena.
Pero ahora… Severus se veía envuelto en una situación que él nunca imaginó que vería en carne y hueso. Él seguía trabajando en Hogwarts, pero Hermione ya había salido hace varios años de ahí, en cambio, ahora era una protectora de criaturas mágicas, y sus testimonios sirvieron de mucha ayuda para cambiar algunas cosas que le parecían incorrectas.
Ser dueño de casa era un trabajo más difícil que ser profesor de unos alumnos arrogantes, pero debía admitir que era mucho más placentero. Ese amor que creía que jamás podría darse, se dio más que perfecto, de hecho… aún no lo racionalizaba del todo. Era tan hermoso tener un amor correspondido, a pesar de todos los prejuicios, y todas esas cosas que ellos hacían para dañarlos, solo les fortalecían, porque si su amor sobrevivió en una guerra, era más que obvio que sobreviviría ante la gente que nunca sintió un amor tan verdadero como el suyo.
El cuerpo de niña de Hermione había cambiado totalmente. Sus pechos eran mucho más formidables que antes, sus caderas se agrandaron, su cabello no era castaño, más bien rubio, y también pudo darse cuenta de un pequeño detalle del que nunca se dio cuenta antes. Sus labios quedaban hinchados cada vez que la besaba, pasaban de ser rosados a rojos carmesí. Un hermoso cambio que Severus amaba. Muchos hombres estaban a la siga de ella, y él se sentía agradecido de que a pesar de que hubiesen mejores ofertas que él, ella solo compartía su amor con su marido, Severus Snape.
Habían pasado unas cuantas horas de que Hermione le dijo que estaba en camino, pero aún no llegaba, y eso le preocupaba. ¿Y si le había pasado algo malo? Quizá se había extraviado… se decía vagamente, pero era algo estúpido ya que prácticamente la casa de Severus era como su casa. Sin embargo, eso no le quitaba su preocupación.
Entonces, en el momento más inoportuno, la puerta se abrió, y Severus no lo pudo notar ya que estaba perdido en sus pensamientos. Pisadas sonaron por toda la casa, para nada silenciosas, es más, eran pisadas bastantes rechinadas.
La mujer rubia, quien se veía alta por los tacos, se puso detrás de Severus Snape, y le tapó los ojos con ambas manos. –Adivina quién es.- decía ella divertida.
-Oh… pues, no lo sé… sería… ¿Jane?- decía él confundido. Obviamente sabía quien era, pero quería jugar un rato con su amada.
-¡Quién diablos es Jane!- gritó ella furiosa, muy celosa por lo demás, poniéndose delante de él, frunciendo el ceño.
-Sabes que era broma, tonta.- decía él, con mucho cariño, poniendo sus labios sobre los de ella.
-Más te vale sino yo misma me encargo de practicar Sectumsempra contigo.- dijo ella, muy ruda.
-Si quieres matarme, sería mejor usar Avada kedavra de inmediato.- le sugirió él.
-¿Para qué? Con ese maleficio solo tendrías dolor instantáneo y solo una vez, sectumsempra en cambio, lo puedo practicar varias veces contigo y con mucho dolor.
-En verdad eres una bruja…- dijo él, atemorizado.
-Viejo incrépito.- le dijo ella divertida, besándolo de una forma salvaje.
Ambos estaban envueltos dentro de una atmosfera totalmente excitada, y hubiesen seguido más adelante, si el llanto de un bebé no hubiese entrometido. Hermione y Severus se desprendieron rápidamente de sí y se miraron de una forma avergonzada. Aún sentían la misma vergüenza que antes. Y salieron corriendo hasta el lugar de donde provenía el ruido.
El bebé yacía sobre una linda cuna tallada, de color blanca, con varios adornos de color celeste. Él bebe estaba desesperado llorando, a pesar de verse muy cómodo enredado entre las sabanas, algo le estaba inquietando. Hermione lo elevó y lo examinó, rápidamente entendió.
-Es el pañal.- dijo ella.
-¿Así? Pues… suerte.- dijo él, apresurándose en salir.
-Un momento Severus, este también es tu hijo, y yo siempre tengo que andarle cambiando los pañales.- le dijo ella, molesta.
-Pero es que…
-¡Hazlo!- le exigió ella.
-¡Bien!- le gritó él. –No entiendo cómo puedo ser sometido a esta clase de manipulaciones de una jovencita.
-Bueno, esta jovencita es tu esposa, y la madre de tu hijo, así que más respeto, ¿entendiste?- le preguntó ella sin rencor.
-Si amor.- le respondió él, asustado.
Ella se quedó mirándolo fijamente mientras cambiaba el pañal de su pequeño hijo, y no pudo evitar soltar una risueña risita. Severus volteó a verla confundido.
-¿Qué sucede?- preguntó él, sin entender la actitud bipolar de su joven esposa.
-Nada es solo que… te amo.- le dijo ella. –Bien… iré a preparar la cena, haré tu plato favorito.- dijo y caminó hasta la cocina.
Severus vio los movimientos de aquella mujer caminando hasta que al fin desapareció de su vista. Era inevitable no sentirse feliz con tenerla a su lado. Era dura y firme, pero siempre mostraba el amor y su delicadez, de una forma u otra. Ambos se entendían entre sí, y cuando él menos lo pensaba, se había sometido hasta la punta de los dedos al control de esa muchacha. La única en su vida.
-Insolente bruja…- susurró él. –También te amo… y seguirá siendo así, hasta el resto de mis días.- habló él, sonriendo frágilmente, pero de una forma muy feliz… nada entre ellos iba a cambiar, el amor era más fuerte que cualquier otra cosa…
-FIN-
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